martes, 30 de marzo de 2021

El Rescate. Fragmento de "El Navegante de la Eternidad"

 


    Uno de los personajes, llamada Yania, descubre que su hijo, al que ella consideraba muerto, está en realidad encerrado en un olfanato.

    Este es el fragmento de la novela en el que se describe el rescate del niño:

    Eskun de Banhuirail estaba aterrado, tanto que ni se atrevía a mirar de reojo al sacerdote seligiano que pasaba ante la fila de alumnos, atizando con una vara a los que creía haber visto moverse. A sus seis años era el más pequeño de los presentes. Parecía llevar una eternidad allí: apenas recordaba las caras de sus padres. Lo que había quedado grabado a fuego en su mente era aquella horrible tarde en que unos hombres entraron en casa, golpearon a su madre y a él se lo llevaron a aquel espantoso lugar. Hacía ya más de un año de aquello.

    Allí iban a parar los hijos de los herejes, donde eran reeducados o morían. Los sacerdotes seligianos los instruían sobre los escritos de Yuzent. Hablaban de piedad, pero los trataban de forma despiadada y los amenazaban con terribles castigos en la otra vida; hablaban de amor, pero decían que había que destruir a los que no los creyeran a pies juntillas; hablaban de humildad, pero creían poseer la única verdad.

    Eskun los odiaba. A veces le golpeaban y le hacían mucho daño solo por no saberse de memoria alguna parte de esos horribles escritos que les hacían repetir una y otra vez. Había un sacerdote, llamado Úkar, que se llevaba a los alumnos a algún lugar aislado para castigarlos. Los que regresaban decían haber sido desnudados y sometidos a las más extrañas vejaciones, los que no regresaban desaparecían para siempre. Eskun no entendía aquello, aunque sabía que nunca volvían a ser los mismos. Y ese día Úkar se había fijado en él: no dejaba de mirarle con una repugnante sonrisa cada vez que pasaba, mientras iba de un lado para otro a lo largo de la fila que formaban los alumnos. Al fin se paró frente a él y dijo:

    —Recítame el párrafo tercero de la página ciento veintiocho, del quinto libro de Yuzent.

    Eskun estaba tan asustado que no podía articular palabra, entonces Úkar lo agarró por la cabellera, lo arrastró hasta un lugar aislado y comenzó a golpearlo, Eskun lloraba y suplicaba. Su agresor dijo sin dejar de golpearlo:

    —¡Calla o sufrirás la ira del Ser Supremo y serás castigado para toda la eternidad!

    Le arrancó la raída ropa que llevaba y comenzó a tocarlo de forma que a Eskun le produjo un profundo asco.

    Numerosos ecos de gritos y golpes, que parecían proceder de los corredores y que al principio eran casi imperceptibles, se oían cada vez más cercanos y con más nitidez. Úkar notó que aquellos ruidos eran anormales, así que paró para prestar atención. Después del sonido de unos rápidos pasos la puerta cedió con un violento chasquido, dejando paso a una mujer que empuñaba una espada. Eskun por un instante creyó reconocer a su madre; pero aquella mujer tenía una fea cicatriz que le atravesaba el rostro, estaba cubierta de sangre y miraba a Úkar con tal expresión de odio que provocó en Eskun un miedo atroz.

    El niño se zafó de su agresor y corrió a esconderse tras la única columna de la estancia. Úkar miraba a la mujer con un gesto que revelaba confusión y enojo.

    —¿Quién eres y cómo osas entrar aquí? Las mujeres tienen prohibida la estancia entre estos muros sagrados.

    Sin mediar palabra la mujer hizo un rápido movimiento con la espada. Acto seguido la cabeza del sacerdote golpeó el suelo, produciendo un ruido sordo, y rodó hasta chocar con la columna para detenerse. El cuerpo decapitado dio un paso y cayó al suelo convulsionándose de manera violenta.

    La mujer envainó su espada, se arrodilló y dijo:

    —Eskun, hijo mío. Soy yo.

    Las dudas de Eskun sobre la identidad de aquella mujer se despejaron al instante. Corrió hacia ella y ambos se abrazaron mientras se deshacían en lágrimas.

    Sin perder más tiempo se pusieron en marcha, ya que ambos deseaban abandonar cuanto antes aquel horrible lugar.

    Todo el camino hasta la salida estaba repleto de charcos rojos, enormes manchas de sangre, y sembrado de los cuerpos de aquellos clérigos que tanto miedo le habían dado a Eskun durante el tiempo que paso allí. Algunos estaban tumbados en posturas grotescas o hechos pedazos. Era como si la ira del Ser Supremo, con la que tanto les gustaba amenazar, hubiera caído sobre ellos de forma implacable.

    No había ni rastro de los alumnos, al parecer sacaron provecho de toda aquella confusión y se fugaron.

    En el exterior había un clérigo, aunque este le pareció diferente: sus ropas eran mucho más lujosas que las que había visto a los demás sacerdotes. Sin embargo, lo que más le asustó era la expresión de su cara, era algo indefinible que daba escalofríos con solo mirarla. Los ojos de aquel extraño hombre estaban fijos en los de su madre, pero ella no parecía tenerle miedo, ya que se acercó de forma desafiante hasta que ambos estuvieron tan cerca que, de haber dado un paso más, sus caras hubieran chocado.

    —Has cumplido tu palabra, aquí nos separamos —dijo ella.

    —¿Quieres conocer el camino más seguro?

    —No quiero nada tuyo ni de ningún asqueroso sacerdote seligiano. Hace unas horas te hubiera matado y hubiera ido hacia Banhuirail para destripar a Hésedun. Solo pensaba en la venganza porque creía que era la única superviviente de mi familia. Cuando me dijiste que mi hijo estaba vivo todo cambió. Ahora debo pensar en él. Sin duda matarte a ti o a Hésedun acarrearía fatales consecuencias para mi hijo, así que nos alejaremos de todo esto.

    —Si tan solo sospechara que intentas matarme caerías fulminada antes de darte cuenta. Sé que no es así, así que te ayudaré dándote un consejo: Ve hacia el este, tras el rastro de un gran ejército que dentro de poco avanzará hacia Dimárail. Si mantienes con ellos una distancia prudencial no notarán tu presencia y te despejarán el camino de forma involuntaria. Así evitarás caer en manos de Durne, recuerda que ahora eres una traidora para ella.

    —No me dejaré atrapar. Si todo sale bien nadie volverá a oír de mí.

    —Las cosas no suelen salir como uno las planea, ¿verdad? Ningún camino que escojas será fácil, no obstante, puedo ayudarte a elegir el mejor. Escucha con atención: Durne se imagina que un gran ejército se pondrá en camino, así que enviará avanzadas suicidas a la frontera formadas justo por aquellos de los que quiere librarse. Si encuentras supervivientes no vayas con ellos a Dimárail por mucho que te insistan: Durne los matará y a ti con ellos a la primera ocasión.

    —No entiendo por qué me das esa información. Tampoco entiendo por qué no has dado a los sacerdotes la orden de liberar a mi hijo en lugar de dejarme entrar y matarlos: tú eres el arcicéligo, hubieran hecho cualquier cosa que le hubieras pedido.

    —Así ha sido más interesante —contestó mientras esbozaba una siniestra sonrisa.

    Desde la vegetación se abrió camino un extraño animal, Eskun se asustó ante aquella aparición y se abrazó a su madre. El hombre saltó con agilidad sobre aquel ser, que al instante comenzó a galopar a tal velocidad que en cuestión de segundos desapareció de su vista doblando un recodo del sendero. Escuchó como su madre decía para sí en voz baja: «Ese hombre está completamente loco».

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