Alzó la vista asustada. Sobre su cabeza vio una tenue luz que llegaba desde algún lugar indeterminado. ¿Dónde estoy? Se preguntó.
Entonces recordó aquel insólito resplandor que la cegó, y la sensación de que le volaba la cabeza, pero antes de eso ¿qué había? Tan solo ese primer relámpago seguido de una inquietante oscuridad. ¿Y el pasado?, sabía que debía existir un pasado anterior a aquella luz, ¿o no?
Intentó levantarse. Nada, su cuerpo no daba respuesta. Trató de alcanzar el origen de la luz, cada vez más tenue, sin conseguir ver su propia mano, ¿acaso estaba atada? No, no sentía la presión de nada que la aprisionara, aunque en realidad no sentía nada de nada, todo su cuerpo parecía insensible.
Parpadeó... sí, podía parpadear y mover los ojos, pero su cuello no giraba en ninguna dirección.
Intentó hablar, pero de su garganta no salió sonido alguno. ¿Qué estaba pasando? ¿Era una pesadilla? Deseó despertar, pero ¿dónde? ¿Cuál era su vida? ¿Tenía un nombre?
Tal vez había muerto... pero no, era consciente de su propia existencia, aunque no de su pasado. Quizás había perdido la memoria tras algún accidente, pero ¿por qué no había nadie? Y por otro lado ¿quién debería de haber? No recordaba ningún rostro.
La imagen de una cara emergió desde algún oscuro rincón de su cerebro ¿De quién eran aquellas facciones que acudían a su imaginación?
La respuesta llegó a su mente como un impacto que la hizo sobresaltarse: aquel era su propio semblante; pero en torno a aquella imagen de su mente no había nada más: ni un entorno en el que situarla, ni otros rostros... nada.
Súbitamente todo se inundó de luz... Y lo que vio la dejó tan confusa como horrorizada: flotaba ingrávida en un habitáculo de paredes blancas, era imposible saber qué estaba arriba y qué estaba abajo. Pronto llegó el dolor de cabeza, tan intenso que sentía pánico con la simple idea de iniciar cualquier movimiento.
Después llegó aquel sonido, al principio casi inaudible, pero que poco a poco fue creciendo hasta hacerse muy molesto. Era como si una decena de insectos furiosos zumbaran en cada uno de sus oídos.
Reparó en unas pequeñas perlas escarlata que flotaban en el aire y, con cierta dificultad, movió el brazo para alcanzarlas. Quedó horrorizada al comprobar que se trataba de pequeñas gotas de sangre que flotaban ingrávidas. ¿A qué clase de sueño irreal o de pesadilla había ido a parar?
Se miró las manos y después examinó minuciosamente su propio cuerpo. No se trataba de su propia sangre porque, al menos en principio, no parecía estar herida, pero por alguna razón que desconocía estaba completamente desnuda.
¿Qué ha pasado? ¿Quién soy?
Una voz le sobresaltó:
—Aquí está.
Se dio la vuelta presa del pánico y lo que vio hizo que se le erizaran todos los pelos de su cuerpo: unos seres humanoides, de aspecto metálico, la observaban con unos rostros articulados e inexpresivos, en los que destacaban unas cuencas vacías tan profundas como grotescas.
Uno de aquellos monstruos le apuntó con algo que apenas le cabía en la palma de la mano.
Sin saber cómo, apareció en otro lugar, una habitación más pequeña, atada a una mesa de operaciones. Cuando trató de incorporarse su cuerpo no respondió. Reparó en que dos de aquellos siniestros seres parecían observarla.
—Ya está activada —dijo uno de ellos.
—¿Cómo ha podido escapar? —preguntó el otro—. Dandra, se supone que esto era cosa tuya, si no averiguamos cuál es el fallo la misión será un fracaso.
Entonces Dandra, así parecía llamarse uno de aquellos entes, la miró:
—SHF124 ¿eres capaz de hablar?
¿Por qué le llamaba así? No sabía por qué pero le resultó ridículo. Respondió:
—Sí, pero no puedo moverme.
—Lo sé. Dime todo lo que recuerdas de ti misma.
SHF124 la miró confusa.
—Deja que me mueva.
Dandra pareció vacilar, pero a continuación respondió con rotundidad:
—No.
Cuando esta se desplazó a buscar algo SHF124 tuvo una visión más amplia del lugar en el que se encontraba. Pudo ver grandes paneles cubiertos de máquinas y curiosos aparatos, pero sobre todo lo que le llamó más la atención fue la panorámica que ofrecía un enorme ventanal que cubría gran parte de una de las paredes y que le permitió contemplar un espectáculo tan fascinante como turbador: en un inconmensurable espacio cuajado de estrellas parecía flotar un descomunal mundo gaseoso que llenaba más de la mitad de aquella vasta perspectiva.
Los recuerdos empezaron a brotar de su mente como de un manantial sobrecargado por un diluvio... su nombre no era SHF124, como la había llamado aquel ser, sino Dandra Meinyu.
Ella y otros tres ingenieros formaban la tripulación de la astronave Pratibheda. Partieron hacia las inmediaciones de Calisto en una misión especial, que consistía en explorar un insólito objeto que habían detectado varias sondas no tripuladas y del que habían enviado escasa información antes de desaparecer para siempre. Pero aquellos pocos datos habían sido suficientes como para que llegaran a la conclusión de que se trataba de una especie de agujero de gusano, lo bastante grande como para que un ser humano pasara a través de él, y que por razones completamente desconocidas se había abierto en aquel punto del Sistema Solar.
Junto a los cuatro tripulantes de la misión viajaban tres robots que, una vez llegados a destino, debían encargarse de explorar el citado objeto. Eran los artilugios más sofisticados jamás fabricados, con una inteligencia artificial igual o superior a la de un ser humano adulto.
Todo fue bien hasta que estuvieron próximos a Júpiter. Fue entonces cuando las máquinas enloquecieron y, después de una escaramuza, la nave se convirtió en el escenario de un macabro juego del ratón y el gato al que solo sobrevivieron Dandra y dos de aquellos infernales aparatos, que en un alarde de inexplicable demencia habían usurpado los nombres y el rol de sus compañeros de viaje humanos.
Dandra quedó paralizada por el terror cuando su mente volvió a la realidad del momento y vio a aquel grotesco ser manipulando algún tipo de instrumento a escasos centímetros de ella.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó aterrorizada.
—Hacerte las modificaciones necesarias para que cumplas tu misión.
—No puedes modificarme, soy un ser humano, me llamo Dandra, no SHF124, ese es tu nombre, no el mío... y te ordeno que me liberes.
—Voy a tener que borrarte la memoria para que vuelvas a ser funcional —dijo aquel ser de forma inexpresiva—. La misión es más importante de lo que crees, y no podemos abortarla a pesar vuestra. La razón por la que no te hemos destruido es porque eres la única que puede acercarse a esa fisura, sea lo que sea.
—Pero esa es vuestra misión, no la mía, ¡os habéis vuelto completamente locos, habéis matado a tres seres humanos!
El otro robot entró en la estancia portando lo que parecían ser nuevos instrumentos y piezas de algún tipo. Todo se desvaneció con el estruendo de una alarma que parecía proceder de todas partes...
El sonido del despertador, normalmente desagradable, pareció una liberación cuando le devolvió de nuevo a la realidad. Alicia abrió los ojos pesadamente y se incorporó sentándose en la cama. Apenas le quedaba un vago recuerdo de lo que acababa de soñar y tampoco disponía del tiempo necesario para detenerse a pensar en ello.
Caminó pesadamente hasta el cuarto de baño, abrió el grifo y arrojó agua fría en su entumecida cara. Cuando alzó la vista casi cae hacia atrás por la impresión que se llevó al ver lo que le mostraba el espejo: por un momento vio a una desconocida a la que recordaba remotamente, era el semblante que había creído tener durante la neblinosa pesadilla de aquella noche. Pero solo duró un corto instante, después reconoció el familiar rostro que llevaba viendo en los espejos toda su vida.
—Aún no me he despertado del todo —se dijo a sí misma.
Después de darse una ducha y prepararse para salir, se sentó mientras sorbía un café caliente. Miró el reloj y encendió la televisión. Un reportero hablaba mientras en segundo plano podían distinguirse lo que parecían los humeantes restos de algún tipo de máquina desconocida y destrozada. La escena tenía lugar en un entorno similar a algún bosque o gran parque.
—...Lo que parece ser un satélite artificial, en lo que va de semana es el segundo que se estrella, por fortuna en zonas despobladas. Sin embargo nadie se hace responsable, los dos objetos son desconocidos y ningún gobierno ha reclamado hasta el momento la propiedad de ambos.
—¿Qué hay de los rumores que corren sobre que dichos artefactos poseen una tecnología muy superior a la conocida? —preguntaba al reportero el presentador del informativo.
—Se cree que algún gobierno ha estado haciendo pruebas y no lo quiere admitir, incluso hay quien habla de visitantes de otros mundos, pero los artefactos no estaban tripulados...
Miró el reloj antes de apagar la televisión y salir a toda prisa. Debía tomar dos autobuses para llegar hasta la cafetería en la que trabajaba desde hacía unos meses.
Su vida había cambiado dramáticamente en los últimos dos años. Por aquel entonces tenía un prometedor trabajo en una gran empresa y las cosas iban muy bien. En aquella época había iniciado una vida en común con Teo, al que había amado intensamente. Pero todo se torció cuando a este le diagnosticaron un cáncer de páncreas que acabó con él después de varios meses de lucha. Tras la muerte de Teo Alicia cayó en una profunda depresión y se vio arrastrada a un aislamiento casi total que finalmente la llevó a perder su antiguo trabajo.
—¿Estás bien, Ali? —preguntó Vera, una de sus compañeras de trabajo, haciéndola salir de su trance—. Tienes mala cara.
—He pasado una mala noche, pero estoy bien.
Una hora después Alicia entró al servicio y volvió a mojarse la cara. Cuando se miró al espejo volvió a ver el rostro de aquella desconocida.
“Estoy perdiendo la cabeza”, se dijo a sí misma, y huyó de aquel lugar. Sus compañeros contemplaron atónitos como salía corriendo a la calle sin mediar palabra y con el rostro desencajado por una insólita mueca de locura.
Cuando despertó se encontró encerrada en una estancia completamente vacía. Mientras flotaba en la más absoluta ingravidez trató de encajar de nuevo en la realidad. Miró hacia lo que parecía ser una escotilla y, sin saber cómo, voló hacia el lugar. Entonces reparó en su cuerpo y se sintió horrorizada cuando vio que sus piernas habían sido sustituidas por propulsores que se activaban con su pensamiento y su mano derecha y parte de su antebrazo por un apéndice robótico, que enseguida reconoció como uno de los que debían haber servido a aquellas máquinas para tomar distintas mediciones durante lo que debería haber sido el desempeño de su misión.
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