martes, 14 de agosto de 2018

Relato. El Síndrome de Antikythera

NAMA Machine d'Anticythère 1

El descubrimiento.

    Hace más de un año que tanto yo como los miembros de mi equipo guardamos silencio, quizás porque tememos que nos tomen por locos, quizás por miedo a que nos acusen de falsificadores o de mentirosos.

    Me llamo Thalassa Kyrgiakos y me dedico a la arqueología, concretamente a la arqueología subacuática, así que también soy buzo profesional. Mi mayor debilidad siempre ha sido la búsqueda de antiguos naufragios. Cuando me sumerjo en las profundidades me siento como pez en el agua (nunca mejor dicho)

    Como ya expresé más arriba, guardo silencio desde hace más o menos un año, época en la que estaba al frente de la tripulación de un buque de investigación que recorría el Mediterráneo a la caza de restos de viejas galeras, ya fueran romanas, griegas o fenicias, hundidas y olvidadas en las profundidades desde la remota antigüedad.

    Recuerdo que el día del hallazgo nos sumergimos, el operador de cámara del equipo y yo.

    La idea era filmar el lugar donde, a principios del siglo XX, se habían encontrado los restos de un naufragio, ocurrido unos dos mil años atrás, en los que se hallaron los deteriorados fragmentos del misterioso mecanismo de Anticitera. Un curioso anacronismo que los estudiosos consideraron como una sofisticada calculadora, fabricada con engranajes de bronce, y cuya utilidad debió ser la de reloj astronómico, aparentemente de una precisión asombrosa. Poco más se sabía: se desconocía quién había sido su constructor y parte del mecanismo parecía haberse perdido. Por si fuera poco, los restos hallados estaban muy dañados después de dos milenios bajo el mar.

    Pero allí estábamos nosotros, dispuestos a filmar un documental para mostrar el lugar al mundo, aunque allí ya no hubiera gran cosa, ya que la mayoría de los hallazgos se encontraban ahora en el Museo Arqueológico de Atenas. Poco hacía sospechar que ese día haríamos un nuevo descubrimiento que eclipsaría en importancia al que se llevó a cabo hacía ya más de un siglo.

    El mar estaba en calma y el lugar no se ubicaba demasiado lejos de la costa ni a una profundidad excesiva. Para nosotros aquello era una inmersión rutinaria y precisamente por eso la secuencia de acontecimientos que nos condujo al descubrimiento nos cogió por sorpresa, aunque de no ser así difícilmente hubiéramos encontrado lo que encontramos.

    Todo empezó cuando algo nos atacó. Ignoro desde dónde vino y cómo apareció, tampoco sé exactamente qué era porque no llegué a verlo con total claridad. Sin duda se trataba de una especie de cefalópodo enorme, porque lo único que alcancé a distinguir fueron unos imponentes tentáculos que casi nos atrapan. Por desgracia, la cámara quedó destrozada y poco faltó para que nosotros siguiéramos la misma suerte.

    La criatura nos acorraló consiguiendo que nos desorientáramos y que recorriéramos una distancia indeterminada hasta una caverna submarina, en la que por fin logramos encontrar refugio. Aquella bestia nos siguió a través de la oscura gruta, así que tuvimos que penetrar bastante hacia el interior para que nos dejara en paz. Ahora que traigo a mi memoria los acontecimientos con cierto detalle, desconozco la razón por la que aquel ser desapareció tan rápido como apareció. En la excitación de la huida no llegué a calibrar el tamaño de la criatura, pero a sabiendas de la extrema flexibilidad de los cefalópodos, no me cabe duda de que no hubiera encontrado dificultad alguna en colarse, aunque solo fuera parcialmente, por cualquiera de los recovecos por los que pasamos. Así que supongo que algo debió de suceder para que nos abandonara sin más.

    La cuestión es que allí mismo hicimos el gran descubrimiento.

    Apuntamos con nuestras linternas hacia lo que parecía ser un gran objeto de bronce, casi esférico y muy deteriorado, de aproximadamente tres metros de diámetro. Al mirarlo con detenimiento reparé en que tenía unas grandes aberturas, similares a los ojos de buey de un submarino, supongo que en su día habían estado cubiertas por algún tipo de vidrio o de compuertas, pero por ningún lado se veían señales de su existencia.

    Me asomé por una de aquellas aberturas y comprobé que se trataba de una especie de cabina de control muy rudimentaria, con primitivas palancas y engranajes cubiertos de herrumbre y que prácticamente habían perdido su forma original. Pero lo que más destacaba eran los restos de lo que en su momento debió haber sido un sillón y un esqueleto desmontado al que le faltaban algunas partes y sobre el que se podía distinguir una calavera con la mandíbula inferior ausente.

    Junto al cráneo había un ánfora con el cuello sellado, pero he dicho ánfora porque fue a lo que me recordó la forma de aquella cosa en un primer momento. La realidad es que se trataba de un objeto desconocido, fabricado con algún material que, al contrario que el resto de todo lo que allí se conservaba, no parecía bronce, sino un metal que entonces no pude identificar y que estaba en perfecto estado de conservación. Y este objeto fue el único que tomé, dejé lo demás con la idea de regresar con el equipo adecuado para rescatar todo lo que pudiera de aquellos enigmáticos restos.

    Y hasta aquí debo llegar con la narración del casual descubrimiento, todo lo demás fueron detalles triviales que no vienen al caso y que aburrirían. Cuando subimos a la superficie estábamos desorientados y habíamos perdido de vista tanto la costa como el buque, hasta el extremo de que tardaron una hora en rescatarnos.

    Por desgracia, todos mis intentos posteriores de regresar a aquella gruta misteriosa han sido infructuosos, así que las únicas pruebas de las que dispongo, por el momento, son el testimonio de mi operador de cámara y el mío propio... y por supuesto aquella insólita ánfora y su contenido, claro.

    Una vez en el buque, después de comer algo y descansar, me dispuse a examinar aquel artefacto. En cuanto lo toqué se abrió el sello de la abertura, que resultó ser una especie de diafragma. Es curioso que, pudiendo desplegarse con tanta facilidad, permaneciera cerrado durante el transporte; la única explicación que se me ocurre es que el sistema de apertura no funcionaba bajo el agua. Apenas se abrió por el cuello asomó algo, como si algún mecanismo interior lo expulsara con suavidad. Miré con detenimiento y reconocí lo que parecía ser un rollo de papiro en perfecto estado de conservación.

    Y he aquí el extraordinario descubrimiento. Debo reconocer que en cuanto lo leí pensé que era una broma, pero es evidente que no lo es. Yo misma pude ver aquellos restos y recogí el recipiente. Para colmo, las distintas pruebas de datación cronológica, las cuales se han repetido varias veces y en diferentes laboratorios, arrojan sobre el papiro una antigüedad de más de dos mil años.

    Ante mí tenía un manuscrito con una grafía que indudablemente pertenecía al griego antiguo; no obstante, al mirarlo con detenimiento distinguí algunas palabras escritas con caracteres latinos modernos. Esto de por sí ya era bastante raro, pero había más. Lo realmente fantástico es que esos caracteres latinos formaban palabras que eran claramente actuales, por lo tanto, anacrónicas para la época en que se supone que fue escrito, y que lógicamente no tenían traducción ni equivalencia en las lenguas de la antigüedad.

    Lo único que me queda por hacer es transcribir aquí una traducción del manuscrito para que cada cual juzgue su contenido, aun a riesgo, como ya dije al principio, de que me tomen por una demente o de que me acusen de fraude.

El Manuscrito.

    El fin es inevitable. Muero lentamente, me quedo sin oxígeno, así que debo aprovechar el tiempo para escribir, para dejar constancia de mi increíble historia.

    Antes que nada, para evitar malentendidos, he de aclarar que no soy un navegante, al menos no del mar. Supongo que sería la explicación más sencilla si has encontrado este escrito dentro de mi cabina de control, hundida ahora en el océano, y la explicación más sencilla es la más probable, aunque no inevitablemente la verdadera (sí, conozco la navaja de Ockham)

    Como decía, no soy un marino, sino un viajero del tiempo atrapado a causa de un desgraciado accidente. No quiero empezar la historia por el final, tan solo diré que ahora me encuentro en el año 211 de la Era Seléucida (lo que es lo mismo que el 844 Anno Urbis Conditae o el –90 de la Era Cristiana, como prefieras). Mi llegada a esta época fue precipitada, digamos que no fijé las coordenadas con suficiente precisión, por lo que fui a parar cerca de la isla de Ogylos, futura Anticitera, con la mala suerte de estrellarme contra una galera que navegaba por ese punto. En el impacto perdí una parte vital del mecanismo, un preciso reloj astronómico que me permite fijar el punto espacio–temporal al que quiero viajar. Así que me hundo en las profundidades del Mediterráneo sin posibilidad de controlar este artilugio infernal, que ahora se convertirá en mi tumba.

    Ahora te estarás haciendo preguntas sobre mi origen. Pues bien, hace ya muchos años que nací en Siracusa, entonces la ciudad más importante de Sikelia, lugar que tal vez hayas oído nombrar como Sicilia. Es posible que te suene el nombre de Arquímedes. ¡Qué locura! ¿verdad? Si sabes algo de historia pensarás: «¿pero no lo mataron los romanos en el asedio de Siracusa?». Bueno, sobre eso hablaré en su momento, no voy a adelantar acontecimientos, prefiero llevar un orden en la narración.

    Construí mi máquina del tiempo, a la que prefiero llamar artilugio de Cronos, entre los años –214 y –212 (creo que será menos confuso si a partir de ahora uso la numeración de la Era Cristiana). ¿Que cómo inventé algo así en una época tan primitiva tecnológicamente hablando? Pues para empezar no inventé nada, solo seguí mis propias instrucciones. Me explico:

    Supongo que conoces todo eso que se ha escrito sobre mí, lo de «Eureka», lo de «mover el mundo con un punto de apoyo». Pues es verdad... aunque solo en parte. Por ejemplo, cuando encontré la solución al problema que me propuso Hierón, ya sabes, eso de la corona de oro, cierto es que estaba reflexionando mientras disfrutaba de un baño, y estaba a punto de darme por vencido. Pero entonces, y esto es lo increíble, me vi a mí mismo entrar por la puerta. Puedes imaginar lo que pasó a continuación: me llevé tal susto que salí corriendo por la calle desnudo y pidiendo auxilio. Lo de Eureka lo dije más tarde, cuando después de calmarme volví a casa y comprobé que mi alter ego me había dejado un papiro en el que me explicaba el «principio de Arquímedes».

    Si perteneces a tiempos posteriores a la última década del siglo XIX, época en la que el hispano Enrique Gaspar y Rimbau escribió la primera obra moderna y conocida en la que se habla de una máquina del tiempo (el señor Wells, al que tuve el honor de conocer en alguno de mis cronoviajes, la popularizó, pero no fue el primero), ya habrás comprendido que aquel que me sorprendió en el baño era una versión de mí mismo llegada desde el futuro, aunque entonces yo no lo sabía.

    Así que todo lo que inventé, todo lo que descubrí, fue información que yo mismo me entregué a lo largo de los años. ¿Que cuál fue el origen de dicha información? Ni idea, no parece tener origen, forma un bucle en la dimensión temporal, sin haber sido generada en apariencia. Ignoro la solución de semejante paradoja, tal vez en un universo paralelo haya un Arquímedes que inventó de verdad todo eso y, al viajar y darse información a sí mismo, generó esta extraña línea temporal. Alguien dijo que el multiverso es un inmenso plagio de sí mismo, pero ahora no recuerdo quién.

    Volviendo a la historia que nos ocupa. Tres años antes de mi supuesta muerte a manos de los romanos, volví a recibir varias visitas de mi yo futuro, esta vez avisándome de lo que iba a ocurrir durante el asedio.

    Según me dije, la forma de escapar era construir un artefacto de Cronos, pero como eso requeriría algún tiempo me tendría que ayudar de otros artilugios para retrasar la invasión romana. Así que durante esas visitas me fui entregando todo tipo de instrucciones, ayudándome a mí mismo a fabricar tanto el artefacto de Cronos como las máquinas destinadas a hacerles a los romanos más duro el asedio.

    Y mientras construía escribí un tratado en el que anotaba todos los detalles de su fabricación, ya que la información que me autoentregué desde el futuro fue oral y un poco desordenada. La idea era proporcionarme el tratado a mí mismo para facilitarme las cosas, pero no sé cómo el manuscrito se perdió dos días antes de tener la máquina lista. Creo que apareció unos años después en la gran biblioteca de Alejandría, por desgracia (o por fortuna, según se mire) se quemó con esta, como tantas otras cosas.

    El día que los romanos tomaron Siracusa el artefacto ya estaba preparado. Cuando el primer legionario llegó yo estaba en el interior de la máquina. Le dije: «Adiós muchacho» (no sé quién se inventó que dije no sé qué de unos círculos), cerré la compuerta y me lancé a mi primer viaje en el tiempo.

    Creo que los romanos me querían vivo, y como no pudieron capturarme debo suponer que se inventaron lo de mi muerte para ocultar que escapé delante de sus narices, o tal vez me confundieron con alguno de los pobres diablos a los que mataron durante el asedio.

    ¿Adónde fui? Detallar todo lo que hice me llevaría escribir varias decenas de libros, e irónicamente el tiempo se me agota. Así pues, solo diré que viajé al futuro y que conocí todas las eras de la humanidad, y por supuesto que fui al pasado para entregarme a mí mismo toda la información sobre mis descubrimientos y sobre la construcción del artilugio de Cronos para salvarme llegado el momento.

    Mis viajes fueron largos e incontables: conocí la historia de la humanidad desde distintos ángulos e incluso influí en ella. Dispuse de mucho tiempo para aprender, porque, aunque era un anciano cuando inicié mis viajes en el tiempo, parece ser que estar dentro de la máquina tiene un ligero efecto rejuvenecedor, que se acrecienta con su uso y que concede una inexplicable longevidad. Es difícil de saber, pero según mi propio cómputo de tiempo personal debo tener más de doscientos años, sin embargo, ahora me siento como si tuviera unos cincuenta o quizás menos.

    Y ahora voy al quid de la cuestión del accidente. Cuando llegué al año 2013 descubrí que la civilización se había desmoronado por culpa de alguna gran catástrofe planetaria. Viajé un año atrás, a 2012, para investigar la causa, que no fue otra que una serie de profecías ficticias y absurdas que, sumadas a la insensatez de una grave crisis económica, provocaron una paranoia colectiva además de enloquecer a determinados círculos de fundamentalistas. Lo peor fue que antes de finales de 2012 un grupo extremadamente peligroso había urdido una conspiración mundial y se había hecho con una nueva arma, tan terrible que era capaz de provocar un verdadero Apocalipsis.

    Investigué a conciencia a este grupo. Sé que lo siguiente sonará raro, pero el artilugio de Cronos me permitía este tipo de contradicciones y aun cosas más extrañas, a lo que voy: me llevó años vigilar lo que sucedía en cuestión de unos meses.

    Lo que descubrí fue en verdad inquietante. Los integrantes de este grupo, que en realidad era una especie de sociedad secreta, se llamaban a sí mismos los Restauratori y creían que el Apocalipsis debía cumplirse a través de ellos, que eran los instrumentos de Dios. Después, este los resucitaría y ellos heredarían la Tierra. Hasta entonces no habían actuado, o por lo menos no habían reivindicado nada, porque solo esperaban actuar una vez, dando un solo golpe brutal que acabaría con un mundo degenerado (entiéndase que para ellos la degeneración era la libertad y la democracia).

    Descubrí que su organización tenía una estructura piramidal. La base de su jerarquía estaba constituida por gentes que ni siquiera conocían de la existencia del grupo y mucho menos que trabajaban para este. Por lo general eran individuos o colectivos que actuaban movidos por ideologías que tenían fines que beneficiaban a los Restauratori, los cuales los patrocinaban desde la sombra. Esto incluía grandes medios de comunicación, algunos grupos religiosos e incluso determinados partidos políticos.

    Por encima de todos estos colectivos estaban los fanáticos, los que conocían la causa y creían en esta de verdad, los que actuaban y ejecutaban las acciones necesarias, digamos que eran los brazos de la élite del grupo. Estos, al igual que los anteriores, eran sacrificables y, de hecho, serían sacrificados si se lograban los objetivos.

    Por último, en la punta de la pirámide, estaba la élite, los que tenían embaucados a todos los demás y manejaban los hilos desde la sombra sin actuar nunca directamente. Eran los únicos conocedores de la existencia de un macrorrefugio subterráneo en el que sobrevivirían solo ellos durante varias generaciones, hasta que la Tierra estuviera preparada para ser de nuevo habitada. Estos últimos sabían que sobrevivirían al Apocalipsis, pero no por intervención divina.

    Lo peor es que estaban infiltrados en estamentos de gran poder económico hasta un nivel inimaginable. Como preámbulo a la gran catástrofe que se avecinaba en 2012 habían inventado una crisis económica a nivel mundial, con la idea de crear un descontento tan profundo que provocaría los convenientes cambios de gobierno en la mayoría de los países. Así fueron dando golpes de estado encubiertos, y la cosa les salió bien, ya que para principios del año 2012 casi todos los gobiernos de occidente habían caído bajo su control.

    Ya solo les quedaba el golpe definitivo, el arma del Armagedón. Si eres un lector perteneciente a la segunda mitad del siglo XX o principios del XXI pensarás sin duda en un arma de fusión nuclear, pero no, eso hubiera devastado una metrópolis provocando una terrible tragedia y otras consecuencias que hubieran alterado el equilibrio planetario, pero la civilización no hubiera desaparecido.

    La cosa era peor. Resulta que en 2012 no solo se demostró definitivamente la existencia del bosón de Higgs, sino que alguien logró utilizarlo para manipular la masa. El arma en cuestión era capaz de concentrar masa en un punto hasta generar un agujero negro que duraba menos de un segundo. No era lo bastante grande como para tragarse el planeta entero, pero sí como para absorber buena parte de la atmósfera y de la corteza provocando una catástrofe planetaria equivalente a la detonación de varios cientos de millones de bombas de hidrógeno.

    Me costó averiguar el lugar y momento exacto de detonación del arma. Pero en cuanto lo hice tomé la decisión de robar el artefacto, que era poco más grande que un pequeño mueble, y llevarlo a una época en la que no pudiera hacer daño a la humanidad.

    No comprendo muy bien cómo encajaba en el plan de los Restauratori provocar esta debacle económica antes de la aniquilación final. Es posible que necesiten el poder para mover los hilos adecuados con el fin de que el desarrollo de la ciencia permita la fabricación de un arma de tal magnitud, y puede que también para crear un refugio tan grande como una ciudad mediana y cuya construcción parece estar relacionada con la desaparición de miles de personas en todo el mundo. Aun así, creo que las ramificaciones de este asunto son demasiado complejas para mí, sobre todo en estos últimos momentos en los que la anoxia comienza a hacer estragos en mi cerebro.

    Al final, todo el asunto me horrorizó tanto que actué de una forma contundente, pero un tanto irreflexiva... Y cometí un error fatal. ¿Cuál? Pues llegar solo unos minutos antes de la detonación, sin pensar que uno de aquellos fanáticos custodiaba el artefacto, dispuesto a morir para que se «cumplieran» las profecías. Después de una lucha, en la que casi pierdo la vida, conseguí dejar al individuo fuera de combate, antes de empujar el arma hasta el artilugio de Cronos. Pero apenas disponía de un minuto, así que calibré las coordenadas con la idea de alejarme hasta una época muy remota. Digamos que la máquina funcionaba con un conjunto de engranajes que me permitían fijar con precisión el punto de destino en el espacio–tiempo, y que se manejaba por un sistema de palancas, así que manipulé sin mucha delicadeza las que servían para controlar la distancia temporal.

    Supongo que lo ideal hubiera sido ir a un planeta lejano (planeta en el sentido astronómico, no en el de mi lengua natal), pero ¿cómo iba a abrir la cabina para empujar el artefacto en un lugar en el que no se podía respirar? Si iba al futuro podría destruir una humanidad ulterior, así que fui a un pasado muy remoto, sin meditar demasiado sobre las consecuencias de lo que hacía.

    Si sabes algo de historia natural, te podrás imaginar lo que ocasioné. Resulta que lancé aquello en el Cretácico Superior y provoqué la famosa extinción masiva en la que desaparecieron los dinosaurios, dejando vía libre a los primitivos mamíferos. Así que, si lo piensas bien, aquel artefacto de destrucción en último término fue el creador de la humanidad. Irónicamente nuestro mundo de mamíferos es una paradoja creada por otra paradoja (me refiero a mi artilugio de Cronos, claro), el instrumento del Apocalipsis se convirtió en la semilla del génesis.

    Pero sucedió que cuando lancé el aparato infernal apenas quedaban dos segundos para que detonara, así que fijé las coordenadas muy rápidamente para escapar.

    El resto ya lo conoces, llegué a este año –90 impactando contra una galera, y perdiendo una parte vital del mecanismo del artilugio de Cronos... Si alguien descubre ese fragmento desprendido y no encuentra el resto de la máquina ni este manuscrito se devanará los sesos tratando de descifrar el misterio.

    Y puede que de momento haya salvado a la humanidad, puede que gracias a mí esta continúe más allá de 2012, pero los Restauratori seguirán allí y volverán a intentarlo. Creo que no llegaron a saber de mi existencia, así que quizás piensen que su arma falló, pero persistirán en su empeño, a no ser que antes la humanidad despierte de su letargo, que el mundo reaccione y se produzca una nueva revolución que les arrebate el poder.

    Creo que empiezo a delirar... se me acaba del todo el oxígeno. Pero antes de morir dejo escrita una última paradoja, o más bien una broma, cortesía del propio Cronos, y es que a pesar de haber salvado (incluso creado diría yo) a la humanidad no podré eludir mi propio fin.

    Pero he vivido bastante, y en estos últimos momentos, a pesar de la asfixia, no puedo evitar una sonrisa irónica. Podría decirse que me he dado un punto de apoyo y he movido el mundo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario