1. Despertar
«Frío» fue la primera palabra que Darío pronunció al abrir los ojos.
Había dejado la ventana abierta antes de acostarse, ya que aquel mes de julio estaba siendo especialmente caluroso. Su primer impulso fue levantarse con la intención de cerrarla, pero comprobó con cierta estupefacción que ya lo estaba.
«Qué raro» se dijo. Entonces reparó, no solo en que llevaba puesto un pijama de invierno, sino en que estaba cubierto con una manta. Aquello lo asustó, ya que la noche anterior sin duda estaba desnudo en el momento en el que se durmió. Además, ¿qué hacía tan abrigado en pleno julio? Y para colmo sintiendo frío.
¿Y dónde estaba Sonia? Había pasado la noche con ella, lo cual le hacía volver a la incongruencia de haber despertado vestido y solo.
No hacía mucho que conocía a Sonia, pero se había enamorado locamente de ella. Y aunque nunca dejaba de viajar, últimamente había visitado aquella ciudad con más frecuencia de lo normal, tan solo con la intención de pasar más tiempo con ella. En realidad era la tercera cita que tenían, pero aquella había sido la primera noche que acabaron en la cama, una noche en la que Sonia había hecho unas confesiones sumamente misteriosas.
Levantó la persiana para que la luz matinal penetrara en la habitación, y en ese instante la visión de la calle hizo que sus ojos se abrieran como platos: «¿Qué prodigio es este?»
Toda la calle estaba cubierta por un inmaculado manto de nieve.
Durante varios minutos contempló una escena imposible en aquella época del año. Pero este hecho, que fue el que más lo sorprendió en un principio, pasó para él a un segundo plano cuando reparó en que no sabía qué calle era aquella. Se percató de que tampoco estaba en la habitación del hotel en la que se había acostado, era evidente que aquello ni siquiera era un hotel.
Después se fijó en la manera de vestir de la gente que paseaba por la calle y en los vehículos que circulaban por esta: no fue capaz de reconocer ni un solo modelo y todos tenían una forma que se le antojó cuanto menos sorprendente. Aquella ventana era como una pantalla que mostraba un mundo deformado.
Ahora que la luz había inundado la habitación, descubrió un libro sobre la mesita de noche: «Las Puertas de Anubis», de un tal Tim Powers. No recordaba haber leído aquel libro, ni siquiera había oído hablar de él o de su autor. Sin embargo le pertenecía, ya que al hojearlo descubrió en la primera página su propio nombre escrito de su puño y letra. Desde que era un niño había tenido la costumbre de poner su nombre en la primera página de todos los libros que le regalaban o que compraba, y este lo tenía, pero era incapaz de recordar siquiera la existencia de semejante título.
Registró el cajón de la mesita de noche. Él siempre guardaba paquetes de tabaco en los cajones de las mesitas de noche, pero estaba vacío. Al parecer el contenido, aparentemente unas mudas de ropa interior, estaba esparcido por el suelo de forma azarosa. Se sentó abatido en la cama.
No tardó en ponerse en pie con intención de dirigirse hacia la puerta. Si quería comprender lo que estaba pasando no conseguiría nada sentado en una cama lamentándose.
Entre la ropa que había esparcida por la habitación encontró un abrigo y un par de zapatos que no reconoció, pero que sin duda eran de su talla. Y aunque estas prendas no eran gran cosa, le parecieron más que suficientes para vestirse y salir.
Cuando caminaba por un pasillo, buscando la salida de aquel piso desconocido, comprobó que todo estaba patas arriba, como si un huracán hubiera penetrado en el interior de la vivienda, haciendo que papeles, prendas de vestir y otros objetos fueran lanzados de forma caótica. Entonces pasó por delante de la puerta de un cuarto de baño y vio algo que hizo que se detuviera horrorizado: todo el suelo estaba teñido de rojo y las paredes salpicadas de manchas purpúreas. En el suelo yacía el cuerpo sin vida de una mujer y en el espejo del lavabo, escrito con sangre y con caracteres toscos pero legibles, la palabra «FAWKARAN».
Sintió tal conmoción que se giró rápidamente y se quedó pegado a la pared contigua a la puerta que daba paso a tan dantesco espectáculo.
¿Era Sonia? ¿Quién iba a ser si no? La simple idea le provocaba un irrefrenable impulso de llorar amargamente. Por otro lado él no estaba en el lugar en el que debería estar, así que ¿por qué iba a ser Sonia? Durante un breve instante consideró la idea de asomarse, con la vaga esperanza de que no fuera ella, pero solo pensarlo le provocó náuseas. Sería incapaz de volver a mirar, tan solo aquella fugaz visión se quedaría marcada en su cerebro para el resto de sus días.
¿Qué hacer? No tenía ni idea sobre por qué había despertado en un piso desconocido, que parecía haber sido registrado en cada rincón, y donde había un cadáver que quizás pertenecía a la mujer con la que había pasado la noche. Pensó en llamar a la policía, pero ¿qué explicación podía dar de aquello? ¿Pensarían que había sido él?
Finalmente se dirigió a la salida y atravesó el umbral, sospechando que el mundo que le esperaba en el exterior era mucho más extraño de lo que recordaba.
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