jueves, 6 de octubre de 2022

El Pasillo. Relato Breve de Terror

 


    Este relato fue escrito hace algunos años para el podcast El Sótano de Radio Belgrado, donde fue dramatizado de manera magistral. Si queréis escuchar el audio podéis hacerlo aquí.

    Dejo aquí la versión escrita del relato:

    «¿Dónde demonios se ha ido la puerta?» Se preguntó Enma, mientras iluminaba con la linterna del móvil una sólida pared de ladrillo. Juraría que ese era el lugar por el que había entrado.

    Se había perdido buscando un servicio en aquel viejo hospital. Había preguntado a una enfermera, rara y un tanto siniestra, que le había indicado secamente que bajara unas escaleras, atravesara una puerta y llegara al final de un pasillo.

    Siguió aquellas instrucciones, encontrando dicho pasillo: largo, iluminado por unos primitivos y trémulos tubos fluorescentes, y con una sola puerta al final. Cuando había dado un par de pasos, la sobresaltó un desagradable chirrido y un fuerte golpe: la puerta que acababa de atravesar se había cerrado a sus espaldas.

    Continuó caminando por el pasillo, pero pasados cinco minutos descubrió que, después de llegar a la mitad, no lograba alcanzar el final de este. Algo así solo le había ocurrido en una ocasión, durante el transcurso de una pesadilla, pero ahora estaba segura de que no estaba en un sueño.

    La luz comenzó a parpadear y se apagó por completo, dejándola en la más absoluta oscuridad. Tanteó en su bolso hasta hallar el teléfono, para utilizarlo como linterna. Decidió dar media vuelta y desandar lo recorrido, pero después de hacerlo y llegar de nuevo al principio del pasillo, en lugar de la puerta que había atravesado, encontró una pared.

    La golpeó y gritó, palpó en busca de algo que le diera una explicación. Aquello era un muro sólido, real e infranqueable.

    De nuevo dio media vuelta y alumbró el fondo del pasillo, sin alcanzar a ver la puerta que al entrar había vislumbrado en el fondo: la luz de la linterna era engullida por las más profundas tinieblas.

    Caminó durante un tiempo que se le antojó eterno, quince minutos según el reloj del móvil.

    Alcanzó a distinguir una silueta inerte en el suelo y un olor tan nauseabundo que la obligó a aguantar la respiración todo lo que pudo, y cubrirse la nariz con la manga de su propia blusa. Lo que había en el suelo fue tomando forma conforme se acortaba la distancia: ¡Un cadáver a medio descomponer! Con las cuencas de los ojos vacías y la boca abierta en una mueca de terror, la ausencia de labios permitía ver una dentadura amarillenta. Llevaba una bata de médico y en la solapa de esta una etiqueta identificativa en la que pudo leer “Dr. R. Ardoy”.

    Después de unos segundos recordó aquel nombre. Se trataba de Ramón Ardoy: un médico que había desaparecido sin dejar rastro. Durante días los medios de comunicación se habían hecho eco de aquel misterio, hasta que, pasadas unas semanas, consideraron que el asunto había dejado de tener interés.

    Pero no había sido el único caso, aquel hospital tenía un historial bastante largo de personal desaparecido. Ahora que lo recordaba, al menos se habían esfumado cinco personas en la última década, o al menos eso había leído en un periódico, en el que se hablaba de la desaparición del doctor Aldoy.

    ¿Y si se habían perdido en aquel pasillo para siempre? ¡Que tontería! seguramente aquel hombre había sufrido un infarto y se había quedado en ese lugar, un lugar que debía estar en los sótanos del hospital y que sin duda rara vez era transitado. Si seguía caminando daría con el final del pasillo inevitablemente.

    Avanzó más y más, tanto que perdió toda noción de tiempo. De nuevo volvió a encontrarse con el cadáver de Ardoy, a pesar de que hubiera jurado por su vida que lo había dejado atrás y que en ningún momento había dado la vuelta. ¿Acaso era un pasillo circular? Imposible: al menos en apariencia, aquellas paredes eran rectas.

    El teléfono se resbaló de sus manos y desapareció, dejándola en la oscuridad más absoluta. Se agachó y tanteó el suelo tratando de encontrarlo, pero todo fue en vano.

    Un lejano resplandor llamó su atención. En alguna parte del pasillo, aparentemente lejos, brillaba una tenue luz. Un desgarrador grito llegó desde la lejanía, un canto de desesperación y dolor que hizo que se le erizara el vello.

    Se dejó llevar por el terror y corrió hacia la luz. Muy poco a poco fue alcanzándola. Cuando por fin llegó a la fuente de aquel resplandor, comprobó con estupor que era generado por un móvil, que reconoció como el suyo propio. ¿Cómo había ido a parar tan lejos?

    Pero lo que la aterrorizó de verdad fue lo que había junto a este: un nuevo cadáver, también a medio descomponer. Esta vez se trataba de una mujer que yacía con una mueca de terror y con las cuencas de los ojos vacías, en una expresión tan grotesca como deforme.

    Reparó en cómo se vestía aquel cadáver y miró sus propias ropas con estupefacción, comprobando que eran idénticas. Después, aunque le costó, encontró la familiaridad en aquel rostro deformado por la muerte.

    Lanzó un grito de terror y desesperación, cuyos ecos rebotaron a lo largo del terrible pasillo, perdiéndose en las tinieblas para regresar una y otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario