Durante mucho tiempo he buscado la forma de comprender lo que
me estaba ocurriendo, de poner en orden los misteriosos sueños que se han ido
filtrando noche tras noche en mis recuerdos. Ahora estoy seguro de que Él se
adhirió a mi mente, no sé por qué mi conciencia se mantuvo durante ese tiempo
fusionada a la suya y, por alguna razón que desconozco, parte de sus recuerdos
se quedaron en mí.
Lo cierto es que durante años he anotado con detalle casi todos
mis sueños antes de que la vigilia diaria los hiciera caer en las brumas del
olvido. Pero no pretendo desorientar al lector, esto no es un relato onírico,
los sueños solo fueron el vehículo para reconstruir recuerdos ajenos, recuerdos
que absorbí cuando aquel ser inconcebible habitó mi mente, una vivencia que
destrozó mi percepción de la realidad hasta el punto de que en mi fuero interno
aún dudo sobre mi verdadera identidad. Construir esta historia ha sido como
armar un complejo puzzle en el que cada sueño se asemejaba a una pequeña pieza.
¿Y quién o qué es este ser sobre el que
escribo? A pesar de que ha tenido, tiene y tendrá más nombres que estrellas hay
en el firmamento, sin duda el más adecuado es el de Navegante de la
eternidad. Hablamos de un ente que parece sacado de la mitología de Lovecraft,
originario de un universo desconocido y cuyo aspecto primordial resulta muy
difícil de describir para cualquiera de nuestro mundo. No me cabe duda de que
ha estado ligado a mitos ancestrales y a todo el desarrollo de nuestra Historia
remota y reciente. Sin embargo he preferido no hablar sobre eso, y me he
abstenido de nombrar personajes históricos para evitar polémicas; por esta
razón la narración de este libro se centra aparentemente en la influencia del
Navegante sobre otro universo; en cualquier caso el escenario es lo
suficientemente irreconocible como para que no se pueda establecer una relación
directa con acontecimientos históricos conocidos.
He optado por contar los hechos desde el punto de vista de un
narrador omnisciente porque los sueños me lo mostraron así. Por esto se
refieren sucesos en los que aparentemente Él no estuvo presente. Ignoro cómo
llegó a descubrirlos, pero es de suponer que en su deriva por el multiverso
conoció otros puntos de vista de la misma historia (hablamos de una conciencia
para la cual no existe la concepción, tan asumida por nosotros, del tiempo
unidireccional), o puede que desarrollara más tarde alguna forma de
omnisciencia. Sé que suena raro, pero es que para este ser hay pocas cosas
imposibles.
Sin más preámbulos expongo aquí el resultado, la historia que
ha emergido de todo esto, para que cada cual saque sus conclusiones.
30 de agosto de 2009
Prefacio
La oscuridad que cubría la ciudad de Esmerail tan solo era
salpicada por las tenues luces de las lámparas que resplandecían débilmente
desde el otro lado de las ventanas, y por algún que otro lejano relámpago.
Delon, sentado en el suelo de un sucio callejón, observaba como
todo se movía a su alrededor. Se puso en pie con dificultad, pero después de
dar un vacilante paso volvió a caer al suelo.
No recordaba cómo había llegado hasta allí, probablemente
aquella noche había sido como eran todas las noches para él desde hacía varios
años. Casi siempre gastaba todas las monedas, que ganaba durante el día
mendigando y cometiendo pequeños hurtos, en algún antro de mala muerte del que
finalmente era invitado a salir a patadas.
Estaba tan borracho que no sintió dolor cuando recibió entre
los hombros un fuerte golpe que lo hizo caer, dejándole la cara aplastada
contra el mugriento suelo. Unos brazos lo levantaron violentamente. Dos
hombres, ataviados con el uniforme del ejército Esmerail, lo sujetaban mientras
un tercero lo abofeteaba con suma violencia.
—Asqueroso mendigo —dijo este último—, sabes perfectamente que hay toque de queda.
Vas a pasar la noche en un calabozo.
Casi sin ser consciente de lo que hacía, Delon dio una arcada,
lanzando un torrente de vómito contra la coraza de cuero del guardia, haciendo
que este se enfureciera hasta el extremo de golpearlo una y otra vez con tanta
saña que la cara de Delon quedó completamente hinchada y cubierta por una
sanguinolenta máscara purpúrea. Cuando los cómplices del agresor liberaron al
maltrecho mendigo este se desplomó completamente inerte.
—¿Está muerto?
—No importa —dijo el que lo había golpeado mirándose la
coraza con un gesto de repugnancia—. No era más que un borracho nauseabundo,
nadie va a echarlo en falta.
De pronto el cuerpo de Delon comenzó a sacudirse con temblores
y convulsiones muy desmedidas, como un muñeco de trapo en las fauces de un
perro rabioso. Se puso en pie de un salto y se limpió la sangre de los ojos. Un
relámpago iluminó el rostro del mendigo durante un corto instante, pero fue
suficiente para que los guardias pudieran distinguir una mirada tan
desproporcionada de locura e ira que quedaron momentáneamente paralizados.
Cuando el que lo había golpeado se recuperó de la conmoción
inicial desenvainó su espada y atacó, pero Delon evitó todos los golpes con una
habilidad que no correspondía a alguien ebrio, hasta que ejecutando un ágil
movimiento se situó tras su atacante rompiéndole el cuello y arrebatándole la
espada.
Todo había pasado tan rápidamente que los otros dos no tuvieron
tiempo de reaccionar. Vieron atónitos como aquel mendigo ebrio empuñaba con su
mano izquierda la espada, que momentos antes había pertenecido a su compañero,
mientras los miraba con una siniestra sonrisa que helaba la sangre.
Cuando los dos hombres se decidieron a atacar cayeron
fulminados por unos movimientos tan rápidos que apenas tuvieron tiempo para
defenderse.
Delon dejó caer la espada y examinó sus manos ensangrentadas
mientras la hoja de bronce chocaba contra el húmedo suelo manchándolo de rojo.
Repentinamente echó a correr por las calles de la ciudad como
un demente, hasta que su errática carrera le llevó frente a la entrada de un
templo seligiano, donde se detuvo.
Después de mirar el edificio durante un instante dio un alarido
inhumano que derivó en una carcajada demencial...
Primera
Parte.
I.
El despertar del navegante
Aquella primavera había llegado especialmente fértil. Los
arbustos de Médar estaban cargados de bayas. Máreck las recogía con la ayuda de
un cuévano hecho con juncos que colgaba de sus hombros. Se sentó en una roca
para descansar durante unos instantes.
Parecía que la fortuna por fin había empezado a sonreírle:
hacía pocos meses que se había casado con Dasis, la mujer más hermosa de Oslon,
nombre de la pequeña aldea en la que vivían; y precisamente ese mismo año la
abundante cosecha le permitiría ahorrar algo para cuando vinieran tiempos
peores.
Máreck, con apenas veinte años, sabía lo que era luchar para
sobrevivir. Había sido el quinto de dieciséis hermanos de una familia
extremadamente humilde, así que se había visto obligado a trabajar en el campo
desde los ocho años. Perdió a sus padres y a seis de sus hermanos cuando
contaba apenas doce primaveras, debido a uno de los terribles saqueos que
sufrió su aldea. Entonces tuvo que ponerse al frente de su familia para
mantener a los supervivientes, todos más pequeños que él.
Era un día cálido y agradable, en el que los rayos del sol
bañaban generosamente el valle en el que se encontraba la plantación. El verde
era el color predominante en el paisaje, pero salpicado por los variados
matices de las numerosas especies de flores que crecían por aquellos lares.
Respiró hondo disfrutando del olor dulce que las bayas
desprendían al ser arrancadas.
Mientras descansaba prestó atención al silencio, solo roto por
el zumbido de algunos insectos y por el melodioso canto de las aves. Fue
entonces cuando reparó en otros sonidos que llegaban desde la lejanía: prestó
atención y escuchó alarmado lo que parecían gritos y golpes ahogados por la
distancia.
El corazón le dio un vuelco cuando dirigió su mirada hacia la
aldea y vio una columna de humo que ascendía hacia el cielo, ensuciando el
perfecto azul que había reinado en este durante toda la mañana.
Corrió hacia la aldea a campo traviesa, con tal ímpetu que
tropezó y cayó un par de veces, pero se incorporaba tan rápido como caía para
continuar su desesperada carrera.
Cuando llegó, el panorama era desolador: casi todas las chozas
ardían o estaban destrozadas. Pudo ver a varios individuos armados que
saqueaban el poblado, mientras perseguían y mataban a todo lo que se movía.
Máreck se desplazó lo más sigilosamente que pudo, tratando de
que no notaran su presencia. Cuando por fin llegó a su choza, comprobó con
cierto alivio que era de las pocas que seguían en pie. Fue hasta la entrada,
con la esperanza de hallar a su esposa sana y salva; pero cuando se asomó lo
que descubrió fue un espectáculo horrible y desolador: uno de los agresores
violaba a Dasis, mientras esta, con la cara completamente hinchada y
ensangrentada, parecía estar inconsciente.
Sintió tal furia que se lanzó sobre el agresor y le rompió el
cuello como si de una rama podrida se tratara. Empujó el cadáver para lanzarlo
lo más lejos que pudo y tomó a Dasis entre sus brazos. Ella le acarició
temblorosamente la mejilla antes de que su mano se desplomara y colgara inerte.
Una ira irracional se apoderó de Máreck, nublándole toda
capacidad de raciocinio. Tomó una espada, que el asesino parecía haber
abandonado en el suelo y, sin poner ningún cuidado en ocultarse, salió al
exterior, donde aún se desarrollaba una aterradora y desigual batalla.
Cuando localizó a uno de los atacantes se lanzó contra él
espada en mano y, dando un escalofriante grito de furia que pilló por sorpresa
a aquel individuo, le cercenó el hombro con un golpe tan tosco como efectivo.
Máreck extrajo la espada ensangrentada de su maltrecho
adversario y se giró, dando media vuelta. Fue en aquel preciso instante cuando
tuvo la visión más extraña de su vida: Parecía un animal con cuatro patas
esbeltas, pero de su torso, detrás de una cabeza alargada, surgía un cuerpo
humano vestido con una coraza negra y un casco, también negro, que le cubría
casi todo el rostro; en su mano izquierda empuñaba una enorme espada.
El ser de pesadilla se paró frente a Máreck durante un
instante, que a él se le antojó eterno, y se quitó el casco dejando ver una
cara humana en la que destacaban dos escalofriantes ojos azules, marcados por
una expresión de locura tan demoledora que eran como dos dagas que se clavaban
en lo más profundo de su alma. Aquella criatura miró a Máreck dibujando
lentamente en su rostro una maliciosa sonrisa.
Máreck se armó de valor y lo atacó con furia, pero no sabía
cómo manejar el arma que empuñaba en un combate frente a frente; él era un
campesino, no un guerrero, y no dio tiempo a probarse a sí mismo cómo lo haría:
una lluvia de flechas cayó sobre él derribándolo.
Se sintió morir, su conciencia se desvaneció mientras escuchaba
las carcajadas de aquel horrendo ser. Su visión se oscureció hasta que quedó
completamente sumido en las tinieblas...
¿Por qué estaba recordando aquello? Era un
recuerdo traumático, pero ya hacía muchas décadas que había pasado. Además, se
supone que aquel Máreck no era él, porque aquello sucedió justo un instante
antes de su llegada al mundo en el que ahora se encontraba. Lo duro de ocupar
mentes ajenas no solo es que se pueda acabar teniendo infinidad de
personalidades, sin saber en realidad cuál es la verdadera, sino que uno
termina por hacer suyos también los recuerdos dolorosos.
Mientras reflexionaba así, Máreck contempló el extraño océano
que rugía a sus pies. A la luz de la luna parecía oscuro e impenetrable. Pensó
en todas las formas de vida que bullían en aquel mundo tan extraño y tan
familiar a la vez, un mundo en el que había luchado, en el que había sufrido y
en el que había llegado a descubrir la verdad sobre sí mismo.
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