El descubrimiento.
Hace más de un año que tanto yo como los miembros de mi equipo
guardamos silencio, quizás porque tememos que nos tomen por locos,
quizás por miedo a que nos acusen de falsificadores o simplemente de
mentirosos.
Me
llamo Thalassa Kyrgiakos y me dedico a la arqueología, concretamente
a la arqueología subacuática, así que también soy buzo
profesional. Mi mayor debilidad siempre ha sido la búsqueda de
antiguos naufragios. Cuando me sumerjo en las profundidades me siento
como pez en el agua (nunca mejor dicho)
Como
ya expresé más arriba, guardo silencio desde hace más o menos un
año, época en la que estaba al frente de la tripulación de un
buque de investigación, que recorría el Mediterráneo a la caza de
restos de viejas galeras, ya fueran romanas, griegas o fenicias,
hundidas y olvidadas en las profundidades desde la remota antigüedad.
Recuerdo que el día del hallazgo nos sumergimos el operador de
cámara del equipo y yo.
La idea era filmar el lugar donde, a principios del siglo XX, se
habían encontrado los restos de un naufragio, ocurrido unos dos mil
años atrás, en los que se hallaron los deteriorados fragmentos del
misterioso mecanismo de Anticitera. Un curioso anacronismo que los
estudiosos consideraron como una sofisticada calculadora, fabricada
con engranajes de bronce y cuya utilidad debió ser la de reloj
astronómico, aparentemente de una precisión asombrosa. Poco más se
sabía, se desconocía quién había sido su constructor y parte del
mecanismo parecía haberse perdido. Por si fuera poco los restos
hallados estaban muy dañados después de dos milenios bajo el mar.
Pero allí estábamos nosotros, dispuestos a filmar un documental
para mostrar el lugar al mundo, aunque allí ya no hubiera gran cosa,
ya que la mayoría de los hallazgos se encontraban ahora en el Museo
Arqueológico de Atenas.
Poco hacía sospechar que ese día haríamos un nuevo descubrimiento
que eclipsaría en importancia al que se llevó a cabo hacía ya más
de un siglo.
El mar estaba en calma y el lugar no se ubicaba demasiado lejos de la
costa, ni a una profundidad excesiva. Para nosotros aquello era una
inmersión rutinaria y precisamente por eso la secuencia de
acontecimientos que nos condujo al descubrimiento nos cogió por
sorpresa. Aunque de no ser así difícilmente hubiéramos encontrado
lo que encontramos.
Todo empezó cuando algo nos atacó. Ignoro desde dónde vino y cómo
apareció, tampoco sé exactamente qué era, porque no llegué a
verlo con total claridad. Sin duda se trataba de una especie de
cefalópodo enorme, porque lo único que alcancé a distinguir fueron
unos imponentes tentáculos que casi nos atrapan. Por desgracia la
cámara quedó destrozada y poco faltó para que nosotros corriéramos
la misma suerte.
La criatura prácticamente nos acorraló, consiguiendo que nos
desorientáramos y que recorriéramos una distancia indeterminada,
hasta una caverna submarina en la que por fin logramos encontrar
refugio. Aquella bestia nos siguió a través de la oscura gruta, así
que tuvimos que penetrar bastante hacia el interior para que nos
dejara en paz.
Ahora que traigo a mi memoria los acontecimientos con cierto detalle,
desconozco la razón por la que aquel ser desapareció tan rápido
como apareció. En la excitación de la huida no llegué a calibrar
el tamaño de la criatura, pero a sabiendas de la extrema
flexibilidad de los cefalópodos, no me cabe duda de que no hubiera
encontrado dificultad alguna en colarse, aunque solo fuera
parcialmente, por cualquiera de los recovecos por los que pasamos.
Así que supongo que algo debió de suceder para que nos abandonara
sin más.
La cuestión es que allí mismo hicimos el gran descubrimiento.
Apuntamos con nuestras linternas hacia lo que parecía ser un gran
objeto de bronce, casi esférico y muy deteriorado, de
aproximadamente tres metros de diámetro. Al mirarlo con detenimiento
reparé en que tenía unas grandes aberturas, similares a los ojos de
buey de un submarino. Supongo que en su día habían estado cubiertas
por algún tipo de vidrio o de compuertas, pero por ningún lado se
veían señales de su existencia.
Me asomé por una de aquellas aberturas y comprobé que se trataba de
una especie de cabina de control muy rudimentaria, con primitivas
palancas y engranajes cubiertos de herrumbre, y que prácticamente
habían perdido su forma original. Pero lo que más destacaba eran
los restos de lo que en su momento debió haber sido un sillón y un
esqueleto desmontado, al que le faltaban algunas partes, y sobre el
que se podía distinguir una calavera con la mandíbula inferior
ausente.
Junto al cráneo había un ánfora con el cuello sellado, pero he
dicho ánfora porque fue a lo que me recordó la forma de aquella
cosa en un primer momento. La realidad es que se trataba de un objeto
desconocido, fabricado con algún material que, al contrario que el
resto de todo lo que allí se conservaba, no parecía bronce, sino un
metal que entonces no pude identificar y que estaba en perfecto
estado de conservación. Este objeto fue el único que tomé, dejando
lo demás con la idea de regresar con el equipo adecuado, con la
intención de rescatar todo lo que pudiera de aquellos enigmáticos
restos.
Y hasta aquí debo llegar con la narración de tan casual
descubrimiento, todo lo demás serían detalles triviales que no
vienen al caso y que aburrirían.
Cuando subimos a la superficie estábamos desorientados y habíamos
perdido de vista tanto la costa como el buque, hasta el extremo de
que tardaron una hora en rescatarnos.
Desgraciadamente todos mis intentos posteriores por regresar a
aquella gruta misteriosa han sido infructuosos, así que las únicas
pruebas de las que dispongo, por el momento, son el testimonio de mi
operador de cámara y el mío propio... y por supuesto aquella
insólita ánfora y su contenido, claro.
Una vez en el buque, después de comer algo y descansar, me dispuse a
examinar aquel artefacto. Curiosamente en cuanto lo toqué se abrió
el sello de la abertura, que resultó ser una especie de diafragma.
Es curioso que, pudiendo desplegarse con tanta facilidad,
permaneciera cerrado durante el transporte. La única explicación
que se me ocurre es que el sistema de apertura no funcionaba bajo el
agua. Apenas se abrió, por el cuello asomó algo, como si algún
mecanismo interior lo expulsara con suavidad. Miré con detenimiento
y reconocí lo que parecía ser un rollo de papiro en perfecto estado
de conservación.
Y he aquí el extraordinario descubrimiento. Debo reconocer que, en
cuanto lo leí, pensé que era una broma, pero evidentemente no lo
es. Yo misma pude ver aquellos restos y recogí el recipiente. Para
colmo las distintas pruebas de datación cronológica, las cuales se
han repetido varias veces y en diferentes laboratorios, arrojan sobre
el papiro una antigüedad de más de dos mil años.
Ante mí tenía un manuscrito con una grafía que indudablemente
pertenecía al griego antiguo, pero al mirarlo con detenimiento
distinguí algunas palabras escritas con caracteres latinos modernos.
Esto de por sí ya era bastante raro, pero había más. Lo realmente
fantástico es que esos caracteres latinos formaban palabras que eran
claramente actuales, por lo tanto anacrónicas para la época en que
supuestamente fue escrito, y que lógicamente no tenían traducción
ni equivalencia en las lenguas de la antigüedad.
Lo único que me queda por hacer es transcribir aquí una traducción
del manuscrito para que cada cual juzgue su contenido, aun a riesgo,
como ya dije al principio, de que me tomen por una demente o de que
me acusen de fraude.
El Manuscrito.
El fin es inevitable. Muero lentamente, me quedo sin oxígeno, así
que debo aprovechar el tiempo para escribir, para dejar constancia de
mi increíble historia.
Antes que nada, para evitar malentendidos, aclarar que no soy un
navegante, al menos no del mar. Supongo que sería la explicación
más sencilla si has encontrado este escrito dentro de mi cabina de
control, hundida ahora en el océano, y la explicación más sencilla
es la más probable, pero no inevitablemente la verdadera (sí,
conozco la navaja de Ockham)
Como decía, no soy un marino, sino un viajero del tiempo atrapado a
causa de un desgraciado accidente. No quiero empezar la historia por
el final, tan solo diré que ahora me encuentro en el año 211 de la
Era Seléucida (lo que es lo mismo que el 844 Anno Urbis Conditae o
el –90 de la Era Cristiana, como prefieras)
Mi llegada a esta época fue precipitada, digamos que no fijé las
coordenadas con suficiente precisión, por lo que fui a parar cerca
de la isla de Ogylos, futura Anticitera, con la mala suerte de
estrellarme contra una galera que navegaba por ese punto. En el
impacto perdí una parte vital del mecanismo: un preciso reloj
astronómico que me permite fijar el punto espacio–temporal al que
quiero viajar. Así que me hundo en las profundidades del
Mediterráneo sin posibilidad de controlar este artilugio infernal,
que ahora se convertirá en mi tumba.
Seguramente te harás preguntas sobre mi origen. Pues bien, hace ya
muchos años que nací en Siracusa, entonces la ciudad más
importante de Sikelia, lugar que tal vez hayas oído nombrar como
Sicilia. Posiblemente te suene el nombre de Arquímedes. ¡Qué
locura! ¿verdad? Si sabes algo de Historia pensarás: “¿pero no
lo mataron los romanos en el asedio de Siracusa?”. Bueno, sobre eso
hablaré en su momento, no voy a adelantar acontecimientos, prefiero
llevar un orden en la narración.
Construí mi máquina del tiempo, a la que prefiero llamar artilugio
de Cronos, entre los años –214 y –212 (creo que será menos
confuso si a partir de ahora uso la numeración de la Era Cristiana)
¿Que cómo inventé algo así en una época tan primitiva,
tecnológicamente hablando? Pues, para empezar, yo no inventé nada,
solo seguí mis propias instrucciones. Me explico:
Supongo
que conoces todo eso que se ha escrito sobre mí: lo de “Eureka”,
lo de “mover el mundo con un punto de apoyo”. Pues es verdad...
aunque solo en parte. Por ejemplo, cuando encontré la solución al
problema que me propuso Hierón, ya sabes eso de la corona de oro,
cierto es que estaba reflexionando mientras disfrutaba de un baño, y
estaba a punto de darme por vencido. Pero entonces, y esto es lo
increíble, me vi a mí mismo entrar por la puerta. Puedes imaginar
lo que pasó a continuación: ¡Me llevé tal susto que salí
corriendo por la calle desnudo y pidiendo auxilio! Lo de Eureka lo
dije más tarde, cuando después de calmarme volví a casa y comprobé
que mi alter ego me había dejado un papiro en el que me explicaba el
“principio de Arquímedes”.
Si perteneces a tiempos posteriores a la última década del siglo
XIX, época en la que el hispano Enrique Gaspar y Rimbau escribió la
primera obra moderna y conocida en la que se habla de una máquina
del tiempo (el señor Wells, al que tuve el honor de conocer en
alguno de mis cronoviajes, la popularizó, pero no fue el primero),
ya habrás comprendido que aquel que me sorprendió en el baño era
una versión de mí mismo, llegada desde el futuro. Aunque, como es
lógico, entonces yo no lo sabía.
Así que todo lo que inventé, todo lo que descubrí, fue información
que yo mismo me entregué a lo largo de los años. ¿Que cuál fue el
origen de dicha información? Ni idea, no parece tener origen, forma
un bucle en la dimensión temporal, aparentemente sin haber sido
generada. Ignoro la solución de semejante paradoja. Tal vez en un
universo paralelo haya un Arquímedes que inventó de verdad todo eso
y, al viajar y darse información a sí mismo, generó esta extraña
línea temporal. Alguien dijo que el multiverso es un inmenso plagio
de sí mismo, pero ahora no recuerdo quién.
Volviendo a la historia que nos ocupa. Tres años antes de mi
supuesta muerte a manos de los romanos, volví a recibir varias
visitas de mi yo futuro, esta vez avisándome de lo que iba a ocurrir
durante el asedio.
Según me dije, la forma de escapar era construir un artefacto de
Cronos, pero como eso requeriría algún tiempo, me tendría que
ayudar de otros artilugios para retrasar la invasión romana. Así
que durante esas visitas me fui entregando todo tipo de
instrucciones, ayudándome a mi mismo a fabricar tanto el artefacto
de Cronos como las máquinas destinadas a hacerles a los romanos más
duro el asedio.
Y mientras construía escribí un tratado en el que anotaba todos los
detalles de su fabricación, ya que la información que me
autoentregué desde el futuro fue oral y un poco desordenada. La idea
era proporcionarme el tratado a mí mismo para facilitarme las cosas,
pero no sé cómo, el manuscrito se perdió dos días antes de tener
la máquina lista. Creo que apareció unos años después en la gran
biblioteca de Alejandría. Desgraciadamente se quemó con esta, como
tantas otras cosas.
El día que los romanos tomaron Siracusa el artefacto ya estaba
preparado. Cuando el primer legionario llegó, yo estaba en el
interior de la máquina. Le dije: “¡Adiós muchacho!” (no sé
quién se inventó que dije no sé qué de unos círculos), cerré la
compuerta y me lancé a mi primer viaje en el tiempo.
Creo que los romanos me querían vivo y, como no pudieron capturarme,
debo suponer que se inventaron lo de mi muerte, con el fin de ocultar
que escapé delante de sus narices, o tal vez me confundieron con
alguno de los pobres diablos a los que mataron durante el asedio.
¿Adónde fui? Detallar todo lo que hice me llevaría escribir varias
decenas de libros, e irónicamente el tiempo se me agota. Así pues
solo diré que viajé al futuro y que conocí todas las eras de la
humanidad, y por supuesto que fui al pasado para entregarme a mí
mismo toda la información sobre mis descubrimientos y sobre la
construcción del artilugio de Cronos, para salvarme llegado el
momento.
Mis viajes fueron largos e incontables. Conocí la Historia de la
humanidad desde distintos ángulos e incluso influí en ella. Dispuse
de mucho tiempo para aprender, porque aunque era un anciano cuando
inicié mis viajes en el tiempo, parece ser que estar dentro de la
máquina tiene un ligero efecto rejuvenecedor, que se acrecienta con
su uso y que concede una inexplicable longevidad. Es difícil de
saber, pero según mi propio cómputo de tiempo personal debo tener
más de doscientos años, sin embargo ahora me siento como si tuviera
unos cincuenta, o quizás menos.
Y ahora voy al quid de la cuestión del accidente. Cuando llegué al
año 2013, descubrí que la civilización se había desmoronado por
culpa de alguna gran catástrofe planetaria. Viajé un año atrás, a
2012 para investigar la causa, que no fue otra que una serie de
profecías ficticias y absurdas que, sumadas a la insensatez de una
grave crisis económica, provocaron una paranoia colectiva, además
de enloquecer a determinados círculos de fundamentalistas. Lo peor
fue que antes de finales de 2012 un grupo extremadamente peligroso
había urdido una conspiración mundial y se había hecho con una
nueva arma, tan terrible que era capaz de provocar un verdadero
Apocalipsis.
Investigué a conciencia a este grupo. Sé que lo siguiente sonará
raro, pero el artilugio de Cronos me permitía este tipo de
contradicciones y aun cosas más extrañas, a lo que voy: me llevó
años vigilar lo que sucedía en cuestión de unos meses.
Lo que descubrí fue en verdad inquietante. Los integrantes de este
grupo, que en realidad era una especie de sociedad secreta, se
llamaban a sí mismos los “Restauratori” y creían que el
Apocalipsis debía cumplirse a través de ellos, que eran los
instrumentos de Dios. Después este los resucitaría y ellos
heredarían la Tierra.
Hasta entonces no habían actuado, o por lo menos no habían
reivindicado nada, porque solo esperaban actuar una vez, dando un
solo golpe brutal que acabaría con un mundo degenerado (entiéndase
que para ellos la degeneración era la libertad y la democracia).
Descubrí que su organización tenía una estructura piramidal. La
base de su jerarquía estaba constituida por gentes que ni siquiera
conocían de la existencia del grupo y mucho menos que trabajaban
para este. Normalmente eran individuos o colectivos que actuaban
movidos por ideologías que tenían fines que beneficiaban a los
“Restauratori”, los cuales los patrocinaban desde la sombra. Esto
incluía grandes medios de comunicación, algunos grupos religiosos e
incluso determinados partidos políticos.
Por encima de todos estos colectivos estaban los fanáticos, los que
conocían la causa y creían en esta de verdad, los que actuaban y
ejecutaban las acciones necesarias, digamos que eran los brazos de la
élite del grupo. Estos, al igual que los anteriores, eran
sacrificables y de hecho serían sacrificados si se lograban los
objetivos.
Por último, en la punta de la pirámide, estaba la élite: los que
tenían embaucados a todos los demás y manejaban los hilos desde la
sombra, sin actuar nunca directamente. Eran los únicos conocedores
de la existencia de un macrorrefugio subterráneo en el que
sobrevivirían solo ellos durante varias generaciones, hasta que la
Tierra estuviera preparada para ser de nuevo habitada. Estos últimos
sabían que sobrevivirían al Apocalipsis, pero no por intervención
divina.
Lo peor es que estaban infiltrados en estamentos de gran poder
económico hasta un nivel inimaginable. Como preámbulo a la gran
catástrofe que se avecinaba en 2012 habían inventado una crisis
económica a nivel mundial, con la idea de crear un descontento tan
profundo que provocaría los convenientes cambios de gobierno en la
mayoría de los países. Así fueron dando golpes de estado
encubiertos, y la cosa les salió bien, ya que para principios del
año 2012 casi todos los gobiernos de occidente habían caído bajo
su control.
Ya solo les quedaba el golpe definitivo, el arma del Armagedón. Si
eres un lector perteneciente a la segunda mitad del siglo XX o
principios del XXI pensarás sin duda en un arma de fusión nuclear,
pero no, eso hubiera devastado una metrópolis, provocando una
terrible tragedia y otras consecuencias que hubieran alterado el
equilibrio planetario, pero la civilización no hubiera desaparecido.
La cosa era peor. Resulta que en 2012 no solo se demostró
definitivamente la existencia del bosón de Higgs, sino que alguien
logró utilizarlo para manipular la masa. El arma en cuestión era
capaz de concentrar masa en un punto, hasta el extremo de generar un
agujero negro que duraba menos de un segundo. No era lo bastante
grande como para tragarse al planeta entero, pero sí como para
absorber buena parte de la atmósfera y de la corteza, provocando una
catástrofe planetaria equivalente a la detonación de varios cientos
de millones de bombas de hidrógeno.
Me costó averiguar el lugar y momento exacto de detonación del
arma. Pero, en cuanto lo hice, tomé la decisión de robar el
artefacto, que era poco más grande que un pequeño mueble, y
llevarlo a una época en la que no pudiera hacer daño a la
humanidad.
No comprendo muy bien cómo encajaba en el plan de los “Restauratori”
provocar una debacle económica antes de la aniquilación final.
Posiblemente necesitan el poder para mover los hilos adecuados, con
el fin de que el desarrollo de la ciencia permitiera la fabricación
de un arma de tal magnitud, y puede que también para crear un
refugio tan grande como una ciudad mediana y cuya construcción
parece estar relacionada con la desaparición de miles de personas en
todo el mundo. Aun así creo que las ramificaciones de este asunto
son demasiado complejas para mí, sobre todo en estos últimos
momentos en los que la anoxia comienza a hacer estragos en mi
cerebro.
Al final todo el asunto me horrorizó tanto que actué de una forma
contundente, pero un tanto irreflexiva... Y cometí un error fatal
¿Cuál? Pues llegar solo unos minutos antes de la detonación, sin
pensar que uno de aquellos fanáticos custodiaba el artefacto,
dispuesto a morir para que se “cumplieran” las profecías.
Después de una lucha, en la que casi pierdo la vida, conseguí dejar
al individuo fuera de combate, antes de empujar el arma hasta el
artilugio de Cronos. Pero apenas disponía de un minuto, así que
calibré las coordenadas con la idea de alejarme hasta una época muy
remota. Digamos que la máquina funcionaba con un conjunto de
engranajes que me permitían fijar con precisión el punto de destino
en el espacio–tiempo, y que se manejaba por un sistema de palancas,
así que manipulé sin mucha delicadeza las que servían para
controlar la distancia temporal.
Supongo que lo ideal hubiera sido ir a un planeta lejano (planeta en
el sentido astronómico, no en el de mi lengua natal), pero ¿cómo
iba a abrir la cabina para empujar el artefacto en un lugar en el que
no se podía respirar? Si iba al futuro podría destruir una
humanidad ulterior, así que fui a un pasado muy remoto, sin meditar
demasiado sobre las consecuencias de lo que hacía.
Si sabes algo de historia natural te podrás imaginar lo que
ocasioné. Resulta que lancé aquello en el Cretácico Superior,
provocando la famosa extinción masiva en la que desaparecieron los
dinosaurios, dejando vía libre a los primitivos mamíferos. Así que
si lo piensas bien aquel artefacto de destrucción en último término
fue el creador de la humanidad. Irónicamente nuestro mundo de
mamíferos es una paradoja creada por otra paradoja (me refiero a mi
artilugio de Cronos, claro), el instrumento del Apocalipsis se
convirtió en la semilla del génesis.
Pero sucedió que cuando lancé el aparato infernal apenas quedaban
dos segundos para que detonara, así que fijé las coordenadas muy
rápidamente para escapar.
El resto ya lo conoces, llegué a este año –90 impactando contra
una galera, y perdiendo una parte vital del mecanismo del artilugio
de Cronos... Si alguien descubre ese fragmento desprendido y no
encuentra el resto de la máquina, ni este manuscrito, se devanará
los sesos tratando de descifrar el misterio.
Y puede que de momento haya salvado a la humanidad, puede que gracias
a mí esta continúe más allá de 2012, pero los “Restauratori”
seguirán allí y volverán a intentarlo. Creo que no llegaron a
saber de mi existencia, así que quizás piensen que su arma falló,
pero persistirán en su empeño, a no ser que antes la humanidad
despierte de su letargo, que el mundo reaccione y se produzca una
nueva revolución que les arrebate el poder.
Creo que empiezo a delirar... se me acaba del todo el oxígeno. Pero
antes de morir dejo escrita una última paradoja, o más bien una
broma, cortesía del propio Cronos, y es que a pesar de haber salvado
(incluso creado diría yo) a la humanidad no podré eludir mi propio
fin.
Pero he vivido bastante, y en estos últimos momentos, a pesar de la
asfixia, no puedo evitar una sonrisa irónica. Podría decirse que me
he dado un punto de apoyo y he movido el mundo...
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